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En el año 2001-2, ILCA participó en el proyecto “Una documentación en multimedios de las lenguas y culturas uru-chipayas en su propio ambiente territorial (Bolivia y Perú)”, en colaboración con la Universität Bonn y las comunidades uru-chipayas, como parte del proyecto más amplio sobre la “Documentación de las lenguas en peligro de extinción” coordinado por el Volkswagen Stiftung (Alemania) y documentado en el sitio DOBES, del Max Planck Institut en Nijmegen (Holanda).
Las lenguas uru-chipaya andinas (estado de la investigación 2002)
Denise Arnold / Sabine Dedenbach-Salazar Sáenz / Juan de Dios Yapita
con U. Ricardo López G.
La situación lingüística en el altiplano boliviano desde el siglo XVI hasta el presente
La región andina al presente, con sus tres grandes regiones eco-geográficas (la costa, el altiplano y las selvas lluviosas tropicales), es, en términos lingüísticos, más homogénea en las zonas costera y altiplánica que en las selvas tropicales.
En las zonas amazónicas, aún ahora se pueden hallar varias familias lingüísticas; en cambio, en la región costeña, el castellano introducido con la conquista es virtualmente el único idioma que se habla hoy. En el altiplano, dos familias lingüísticas que son el quechua y el aru han desplazado una variedad de idiomas que se hablaban hasta el siglo XVIII y aun en algunos casos hasta el siglo XX. No obstante, en la misma región, el castellano se ha extendido (y continua extendiéndose) hacia la costa de habla quechua, y a su vez el quechua ha desplazado y está desplazando al aymara.
Este proceso de homogeneización lingüística fue documentada por primera vez en relación a los incaicos quienes, en su empeño por extender su aparato de estado a través de toda la región andina, también diseminó una variante del quechua como un “lenguaje del estado”1 Esta lingua franca (o “lengua general”) fue adaptada posteriormente por los españoles para fines misioneros. Aparte del quechua, otras lenguas generales como el aymara y el puquina eran usadas extensamente en los Andes durante la temprana colonia. Además, se hablaba una amplia variedad de otras lenguas en lo que constituye actualmente las regiones altiplánicas andinas (Torero; Dedenbach-Salazar Sáenz 1999).
Actualmente, sólo quedan vestigios de estas lenguas en topónimos o algunas palabras.2 Y en tanto que muchos millones de personas aún hablan el quechua y el aymara, el puquina se extinguió (ver nota de pie 13) y hoy sólo se mantiene en algunos vestigios del machaj-juyay de los callahuaya.3 Así, la única otra familia lingüística que se habla hoy en el altiplano boliviano es uru-chipaya.
Los hablantes de las lenguas uru-chipayas “
…nosotros hemos sido primeros hombres o “osuñis” en la esplyación de las orillas del río Desaguadero… La idioma de los urus que hablaban era legímito y su lengua propio, todos charlaban de su uchhumataqo. Esta idioma también se llama chhiw lüsñchi chhun lüsñchi, actualmente conocido como pukina4 esta idioma de los urus…”
Esta afirmación, expresada en una historia oral por un oriundo de Irohito, nos revela la complejidad de la situación lingüística y étnica de quienes se llaman uru-chipayas (Inda 1988: 2-3).
Las fuentes de la temprana colonia así como algunas republicanas que tratan del incanato como también de su propia época, mencionan un pueblo llamado uru en las riberas del lago Titicaca como un grupo cuya subsistencia se basaba principalmente en la pesca y que por tanto se la consideraba especialmente “primitiva” e “incivilizada”, y de poco valer en la economía global.5 Estas actividades económicas particulares de los urus hacían de ellos una categoría étnica y tributaria en sí. Es posible que su condición inferior y poca participación en el ambiente principal de la sociedad (indígena e hispana) fue un factor en el mantenimiento de su idioma.
La fuentes coloniales también mencionan que estos pueblos hablaban su propio idioma llamado uru o uruquilla,6 lo que se documentó hasta el siglo XX para el altiplano peruano meridional y del noroeste boliviano en altitudes de aproximadamente 4000 m. en torno al lado Titicaca y a lo largo del río Desaguadero que conecta dicho lago con el Poopó al sur, como también el lago salado Coipasa.7
Sin embargo, un debate emergente entre estudiosos y entre los propios hablantes pone en cuestión las auto-denominaciones anteriores de las lenguas que hablan actualmente o en el pasado, según los diferentes grupos uru-chipaya. Si bien en el pasado reciente algunos oriundos de Irohito y Chipaya denominaban su lengua como “pukina”, la tendencia actual (especialmente tras una serie de asambleas de hablantes organizada por las ONG regionales), es la de adoptar mas ampliamente la auto-denominación de Irohito: uchun maa taqu, que significa “nuestra lengua madre”.8 Esto se debe a que muchos hablantes, según parece, notaban la “comprensión mutua” entre las variantes de Irohito y Chipaya.9
En las primeras décadas del siglo XX, los investigadores que describían esta familia lingüística, principalmente en forma de resúmenes breves incluidos en investigaciones comparativas y etnográficas, mencionaron que estas lenguas ya estaban en peligro de extinción.10 Actualmente, las lenguas uru-chipaya, con menos de dos millares, aproximadamente, de hablantes, se ven en grave peligro. Aunque la información de cual disponemos es inconsistente y en algunos casos conflictiva, no se puede dudar de la continua disminución en la cantidad de hablantes a lo largo de las últimas décadas.
En 1931 se decía que existían aproximadamente 40, o como máximo 100, hablantes en Ancoaqui, en las riberas del río Desaguadero (Métraux 1935b: 75; LaBarre [1941: 494] informa de 30 familias en 1938); no obstante, a partir de 1950 se menciona sólo unos pocos hablantes en esta misma zona (Ancoaqui e Iru-Itu, Prov. Ingavi, Dep. La Paz, Bolivia; Vellard 1954: 93, Plaza y Carvajal 1985: 185). Para la década de los 60 había aproximadamente 800 personas residentes en la zona de habla chipaya en el lago Coipasa (al Sur de Chipaya) y en la década de los 80 aproximadamente 1500 a 2000 personas vivían en Chipaya propiamente (Prov. Carangas, Dep. Oruro, Bolivia) (Plaza y Carvajal 1985: 93). El resumen de Albó (1995/2:36-38), basado en el censo de Bolivia de 1992, menciona 955 hablantes para los pueblos de Chipaya y Ayparavi (Prov. Atahuallpa, Bolivia). Según el censo de 2001, esta cifra se eleva a 1568 para la región toda de Chipaya. En tanto que la Dra. Lucy Briggs y el Dr. Tomás Huanca al trabajar en la década de los 80, notaron que existían varios hablantes en la región de Irohito (zona Sur del lago Titicaca, Bolivia), actualmente radican sólo dos individuos y algunos que lo recuerdan. Las cifras de población para esta región que menciona Albó (ibid p. 38) varían de 57 a 542, pero no existen datos de la cantidad de hablantes de uru-chipaya y parece que la mayoría hablan el aymara. Es dudoso si todavía existen hablantes de uru-chipaya en Ancoaqui y Chimu,11 (prov. y dep. Puno, Perú), o que viven al oriente del lago Poopó.12 Los datos arrojados por los estudios existentes sugieren que en tanto que se hallan aún hablantes del chipaya en el propio territorio de Chipaya (Bolivia) y en varios caseríos u hogares en sus contornos, la situación es aún más dudosa en cuanto a los hablantes de uru, quienes son, más probablemente, solo un puñado de individuos en Perú (y Bolivia), antes que grupos mas grandes.13
Las cifras que arrojan los censos de 1992 y 2001 para la zona de chipaya, indican que la lengua es hablada no sólo por las personas mayores sino que la aprenden las generaciones jóvenes. Según los desgloses del censo de 2001, existen 332 hablantes de 4 a 9 años, 400 de 10 a 19, 277 de 20 a 29, 163 de 30 a 39, y 166 de 40 a 49. Esta tendencia fue confirmada en nuestra propia investigación preliminar en esa región. El castellano lo adquieren a una edad relativamente corta, pero el aymara sólo por los adultos. Muy pocos comunarios hablan también el quechua (Albó 1995/2:36-37). Los contextos situados del uso del idioma hasta la fecha no han sido estudiados.
Esta situación actual parece haber surgido en cuanto algunos grupos urus “se quechuizaron” (por ejemplo aquellos que viven en torno a Challacollo, según Beyersdorff 1997, y los uru-moratos del lago Poopó, según Sáenz 1998), en tanto que la mayoría de los grupos “se aymarizaron” (ej. Polo 1901: 446, Bacarreza 1957). Existe también la posibilidad interesante de que todavía se usen algunas palabras del uruquilla en contextos rituales, por ejemplo al contar (Ibarra Grasso 1961: 499).
Además de esta merma en cantidades, los territorios uru-chipayas, en Bolivia, en recientes años han sido objeto de extensos programas de desarrollo, de cuales muchos no son sensibles en lo cultural, de modo que ya está sucediendo el peligro adicional de la destrucción cultural en el contexto de los programas de asimilación nacional (lo que opera dentro de una perspectiva occidental de la “pobreza”).14
En cuanto a la clasificación de esta lengua, la relación interna del uru (que se habla en las riberas y las islas del lago Titicaca y a lo largo del río Desaguadero) y el chipaya (que se habla en la prov. Carangas, dep. Oruro, Bolivia), fue establecida por Uhle (1896a, b; cf. Olson 1980: 6-7, 52-54). La relación de estas lenguas con el puquina (otra lengua de los Andes Sur y Central)15 y el Arawak (idiomas que se hablan en la parte oriental de las tierras bajas de América Latina), ha motivado una materia continua de discusión (Brinton 1890, Chamberlain 1910, Créqui-Montfort y Rivet 1925-27). Como resultado, el puquina y el uru-chipaya se han considerado como idiomas “residuales” no-clasificados (Tovar y Larrucea de Tovar 1984: 45). Basándose en las evidencias lexicales, Torero (1987, 1992) demuestra la incertidumbre actual en lo que concierne a la relación genética entre el uru-chipaya y el arawak, o entre el uru-chipaya y el puquina, el quechua o el aymara. En la base de las mismas evidencias lexicales, Torero supone que las respectivas variedades, más septentrional y más meridional, del uru-chipaya se separaron en torno al 200 a. C., lo que nos conduce a esperar diferencias sustanciales dentro de la familia uru-chipaya, y la presencia de dos “idiomas” antes que “dialectos”. Sin embargo, recientes trabajos en Irohito y Chipaya sobre el léxico comparativo por Pedro Velasco, sugieren que existen más similitudes entre estas variantes de lo que sospechaba los investigadores foráneos. Por su parte, Olson (1964/65, 1980) intentó probar una relación genética con las lenguas mayas, lo que Longacre (1968) continua en un estudio sobre la reconstrucción de las lenguas indígenas (cf. también Hamp 1967, 1970).
Los hablantes tanto en Irohito como en Chipaya se muestran muy contentos que sus idiomas y culturas sean documentados por el proyecto de la Fundación VW sobre las lenguas en peligro de extinción. Con este estímulo y considerando la situación lingüística global es evidente la urgencia de documentar las comunidades de habla uru-chipaya y prestar una valoración externa de su lenguas y culturas como un impulso para que estos mismos grupos refuercen sus propios medios de conciencia y resistencia cultural, de modo que puedan continuar con las aportaciones originales del proyecto a largo plazo. En Irohito, ya se está enseñando la lengua en las escuelas para que no sea olvidado (cf. Albó 1995/2: 38), y lo mismo está por suceder en Chipaya con la actual Reforma Educativa boliviana.
La documentación existente respecto a las prácticas textuales y escriturales uru-chipayas
El material etnográfico y lingüístico sobre las lenguas uru-chipayas que fue recogido durante los siglos XIX y XX ha sido publicado sólo en parte (Polo, Créqui-Montfort y Rivet, Métraux, Olson, Polo, Vellard). Parte de ello consiste de las notas de campo de investigadores ya fallecidos (LaBarre, Lehmann, Uhle, Porterie-Gutiérrez, Carpenter y Briggs).
La mayor parte del material lingüístico publicado es relativamente antiguo (1900 a la década de 1960) y se limita a descripciones muy breves del sistema fonológico como también algunos aspectos gramaticales, algunos textos (cuentos) con traducciones interlineales y listados de palabras (v. nota de pie 17 en las referencias). Para el chipaya existe algún material para alfabetización (Olson y Olson 1966a, b) que consiste de un texto básico de lectura silábica y cuentos tradicionales. También existen textos con un contenido cristiano (Instituto Lingüístico de Verano de Bolivia 1970: 8-9; Olson y Olson 1963, 1967, 1968, 1969, 1969/70, 1970, 1976, 1978). Aparte de un breve bosquejo de la sílaba (Olson 1967), una descripción de orientación tagmémica de algunos aspectos del sistema verbal (Olson ¿1966?) y el breve esquema de Cerrón (2001) sobre la fonología y morfología (basado principalmente en el trabajo de Olson), no se ha publicado ningún análisis de la morfología y el sintaxis del idioma en términos de la lingüística moderna. Para la región de Irohito (“uru”), existen los recientes artículos de Muyksen (2000, 2001), los que ofrecen análisis preliminares basados en los datos de Vellard y su propia investigación, respectivamente. La situación se puede resumir como sigue: a pesar de muchos estudios breves a lo largo del siglo XX y en años recientes, aún ahora no existe un cuadro fonológico completo ni una descripción sistemática de la morfología.
Los textos reunidos por Métraux y Vellard deben ser considerados en el contexto de la época cuando estos estudiosos trabajaron en esas regiones. Consisten mayormente de fragmentos o un ocasional cuento y su traducción (parcialmente en base de interpretaciones interlineales) y comentarios están basados en un conocimiento más bien rudimentario de la lengua: nunca reflejan el habla espontáneo ni contextualizado. A lo largo de los últimos veinte años se han reunido algunos textos por Porterie-Gutiérrez (1990), Muysken (2001), algunos maestros locales, y las notas de campo del proyecto actual de Arnold y Yapita (2002); todo a la espera de mayor análisis. Aparentemente existe una reciente colección de poemas en chipaya por maestros locales. También existen colecciones recientes de cuentos chipayas, pero han sido impresas solamente en castellano y sumamente modificados (Choque Capuma 1998). En 1992, la historiadora boliviana Rossana Barragán transcribió la biografía de dos dirigentes uru-moratos: Lucas Miranda y Daniel Moricio, en colaboración con la esposa de don Daniel, Saturnina Alvarez. Sin embargo este trabajo también se hizo en castellano aparte de la inclusión de un limitado léxico aymara y algunos palabras de uru-chholo. En términos de las prácticas textuales locales hay estudios de la música, los bailes y las canciones chipayas (Métraux 1932, 1934; Bauman 1981) y de instrumentos musicales (Izikowitz 1932). Existen varios estudios de la arquitectura vernácula y la construcción de viviendas (de la Zerda 1993). También existen menciones del uso uru-chipaya de hebras anudadas, semejante a los quipus incaicos, para recordar oraciones (Gisbert y Mesa 1980).
Aparte de algunas descripciones históricas de la vestimenta uru-chipaya (1870 etc.), la investigadora chilena Verónica Cereceda (1978) estudió los tejidos chipayas en los años 70, partiendo de un enfoque semiótico, y posiblemente se dé el caso de incluir dentro del ámbito uru-chipaya los estudios adicionales (por ejemplo de Dransart) de los tejidos de los otrora grupos uru-chipayas de la región de Isluga (Chile).
El mundo uru-chipaya ha fascinado a los cineastas bolivianos, a fe de dos películas clásicas de producción nacional por Jorge Ruiz: Los Urus (1950, Bolivia films) y, con Augusto Roca, Vuelve Sebastiana. Está última es basada en el trabajo de campo antropológico de Alfredo Métraux y Jean Vellard. Existe también una documentación más reciente por de la Zerda sobre la construcción de viviendas en Chipaya: El sol se levanta al Oeste (V. también Valdivia 1988). En una serie de artículos recientes se describe la vida cotidiana uru-chipaya y se menciona muchas palabras y topónimos del uruquilla (Acosta 1997, 1998; Condori y Pauwels 1997, 1998; Delgadillo 1998, etc.). Se han publicado algunos textos en el idioma chipaya que cubren aspectos prácticos de la vida cultural (Condori y Pauwels 1997), como también un documento jurídico que establece la condición de la Nación Originaria Uru-chipaya (N.O.U., llamado Estatutos Orgánicos, 2001).
El lingüista boliviano Tomás Huanca recopiló un léxico del uchu-mataco (la lengua hablada en Irohito) en los años 80, trabajando con el intermedio de la lengua aymara y un alfabeto práctico (Huanca 1991). El antropólogo boliviano Ricardo López al presente está abocado a escribir su tesis de Maestría sobre la lexicografía del uru y el uruquilla; y el estudiante de antropología y lingüística Pedro Velasco, está trabajando sobre la comparación entre el léxico de Irohito y Chipaya.
Posteriormente se ha publicado algunos documentos coloniales claves respecto a la región uru-chipaya por primera vez (Pauwels 1996a), entre ellas el Memorial de 1588 por el sacerdote español Bartolomé Alvarez (publicado en 1998). Otros documentos históricos confirman la relación entre el uruquilla, el aymara y el quechua, y la dinámica social y los nexos regionales en la zona de Oruro habitada por los urus.16
El sistema lingüístico
Como ya mencionamos, los materiales y las descripciones, mayormente rudimentarias, del uru y el chipaya se remontan a la primera mitad del siglo XX, lo que también se refleja en la clase de análisis presentada. Es más, cada investigador (y no todos eran lingüistas) seguía su propio parecer y usaba su propio alfabeto. En suma, a menudo lo único que hallamos son resúmenes de descripciones hechas por otros autores.
Esta situación se refleja en el uso que hacen los propios hablantes de una cantidad de alfabetos distintos y sólo reciente en el año 2002, en el contexto de la Reforma Educativa boliviana y las luchas políticas por territorios, se ha visto un empeño sostenido entre hablantes para unificar un alfabeto moderno (v. también el alfabeto desarrollo por Paredes Mamani y colaboradores 1999).
El chipaya tiene seis grupos de fonemas consonantes (oclusivos, africados, fricativos, nasales, laterales, líquidas y semiconsonantes), y diez vocales. Las variantes fonéticas que usan las mujeres se han notado sólo recientemente (Olson 1967, Porterie-Gutiérrez 1990). Ciertas africadas tienen la función de sílaba inicial. Los idiomas uru-chipayas parecen ser (S)OV. Son principalmente aglutinantes, con sufijos y muy pocos prefijos, pero también tienen algo de incorporación. El adjetivo precede al sustantivo y no son incambiables. La negación se forma mediante una partícula.17 Según Olson (¿1966?),18 la estructura verbal del chipaya muestra lo siguiente: un sistema verbal de seis personas con el aspecto inclusivo y exclusivo en la primera persona plural y el masculino y femenino en la tercera persona singular. El prefijo señala condiciones como el referente del objeto, lo causativo, locativo y pasivo. El sufijo indica el aspecto, el tiempo, modalidad y evidencia. Olson considera estas categorías de palabras de verbos independientes, aunque señala sufijos con funciones participativas, temporales, condicionales e irreales como estructuras de palabras de verbos dependientes, de cuales algunos se usan para la subordinación.
Con un 19% de préstamos, el chipaya es según Olson (¿1966?: 1), influido considerablemente por el aymara. Esto se confirma por Muysken (2000), quien ha analizado algunos de los datos del uru recabados por Vellard en torno a la mitad del siglo XX.
El material educativo existente en las lenguas uru-chipayas
Hasta hace poco, los únicos materiales educativos en el idioma chipaya eran aquellos preparados por miembros del Instituto Lingüístico de Verano: Olson (1962) y Olson y Olson (1966a, b); Olson y Olson (1966a) consiste de cinco textos de lectura monolingue a nivel básico, basados en sílabas, con ilustraciones; Olson y Olson (1966b) comprende dos volúmenes de textos basados en la vida cultural chipaya e incluyen lo que parece ser narraciones tradicionales (“cuentos”), presentados en chipaya con traducciones al castellano e ilustraciones. Actualmente, un grupo de maestros chipayas están preparando una serie de módulos de enseñanza en su propia lengua, según los modelos proporcionados por la Reforma Educativa boliviana.
La mayoría de los otros materiales educativos que se usan actualmente en la región se ha preparado exclusivamente en castellano. Éstos incluyen un volumen de cuentos en castellano, basados aparentemente en versiones originales en uru (Molina 1992b), una leyenda de Tunupa (Molina 1966) y una historia en castellano de la comunidad uru de Irohito Yanapata (Inda 1988). Lo mismo ocurre en el caso de los mitos y leyendas uru-moratos, recopilados en castellano por Molina (1992a).
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